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La religión del baloncesto

No creo en ningún dios conocido. Es más, hasta que no se presente y me diga quién es y a qué se dedica, seguiré manteniendo esta postura. De una forma o de otra, todos los días hay alusiones a su persona, ya sea en edificios, expresiones e incluso en los insultos más desgastados por la gente que padece incontinencia verbal.
¿Y cómo hablo de religión en un artículo dedicado en exclusiva al deporte del balón encestado?
Sencillamente porque lo veo cada vez que vivo baloncesto. Los aficionados acuden puntualmente y con fidelidad, todos los sábados o domingos, a ver cada encuentro de su equipo favorito y gritan todos juntos los mismos cánticos y las mismas consignas.

En este país lleno de contradicciones, poblado de hijos de su padre y de su madre, en el que todos somos igual de diferentes, es alentador y tranquilizador saber que nos podemos poner de acuerdo tan sólo con tener un balón de por medio y con una selección campeona del Mundo y de Europa. Pero claro, al igual que nos podemos poner de acuerdo, también nos podemos poner a discutir como dos forofos del Madrid y del Barça en pleno derby ante las faltas simuladas de sus respectivos jugadores (más simuladas en el fútbol que en el baloncesto…), convirtiéndonos ambos en fanáticos cegados y sordos. Discusión y actitud idéntica a creyentes que discrepan sobre la veracidad de su religión y de su dios.

 

La religión del baloncesto
La religión del baloncesto

Sin embargo, ¿no dicen las religiones que hay que respetar? ¿y qué hacen los que discuten para imponer o destruir una determinada religión?

 

En lo relativo al deporte, me congratula que la gente vaya y apoye a sus equipos, pero no creo que sea “moralmente productivo” que la gente despotrique contra el rival o el árbitro adoptando la postura de un fanático, porque al final, quien pierde es el juego.

 

Todo esto se transmite, por desgracia, a l@s niñ@s que enseguida son disfrazados y sectarizados sin saber el motivo del ritual ni los motivos de llevar unos determinados colores. Todo ello con una finalidad bastante inmediata por creer, erróneamente, que por ser más se tiene más razón. Y otras, porque volviendo a los tiempos primitivos, las tribus que prevalecían eran las que eran más numerosas…

 

Volviendo a la actualidad, en la cancha, sigue estando centrada la neo-religión con su único dios, al que todos desean volver a tocar porque les da el poder y la razón de ser y estar, y en este caso, de jugar. Quien mejor adore a su dios, perfectamente redondo, y quien mejor lo trata, sale ganando. En cada jugada, los jugadores procuran cuidar el esférico con mimo. El momento en el que sin duda más se ven estas caricias es cuando un jugador lanza unos tiros libres y antes pronuncia un mantra (puede ser una sílaba, una palabra, una frase o texto largo) que al ser recitado y repetido va llevando a la persona a un estado de profunda concentración y al final logra alcanzar su meta. En este aspecto viene a ser como si fuera una oración o plegaria. Y el que más y mejor cree, mejor se concentra.

 

Volviendo al enfrentamiento, cada equipo tiene su religión traducida en su propia estrategia y en sus propias normas de actuación ante determinadas situaciones. Algunos son más conservadores y otros más liberales, cada uno de los dos con sus seguridades y sus riesgos, con sus ventajas y desventajas.

 

Sin embargo, por mucho que un jugador se santifique, crea o rece, no tiene ninguna garantía de tener la victoria asegurada. Al igual que los seguidores, por mucho que apoyen, gritando o incluso desplazándose a tierras lejanas, no tienen la seguridad de que su equipo gane.

 

El resultado depende de una interrelación de acciones que se suceden una tras otra, todas ellas determinantes (algunas con más peso que otras), y ante todo, del esfuerzo de los jugadores por tener éxito en la toma de decisiones y en la efectividad de la ejecución técnica en cada gesto.

 

Al final, el dios-balón sólo está sujeto a los pensamientos y acciones de quienes le rodean. Al final, él no hace nada, pero hace que la gente se mueva y piense, lo cuál es todo un logro teniendo en cuenta que está inanimado y que no se pronuncia.

 

No creo en ningún dios conocido. Creo en el baloncesto porque se presentó y me mostró de lo que era capaz, y porque él, mejor que nadie, me mostró que todo resultado es fruto de una acción realizada con esfuerzo. Porque todo depende de uno mismo.

 

Es por esa sencilla razón que creo en el deporte del baloncesto.

Fecha 03/03/2014 @ 11:10 pm