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La AFICIÓN y sus aficiones

¿A qué se debe el hecho que haya una diferenciación? Se debe a una sencilla razón. Está la afición por el baloncesto, demostrada con la admiración por cada gesto técnico y cada componente del juego, y está el conjunto de personas que apoyan a un equipo en concreto (y que no siempre sienten admiración por un maravilloso gesto técnico por haberlo hecho el equipo rival).

En un partido de baloncesto, la mayoría de las veces, hay dos aficiones, una local y otra visitante. En principio, la local es siempre más numerosa que la visitante, y en caso de ser lo contrario, sería una señal del poco apoyo de los aficionados locales.

En el partido, siempre hay dos equipos dentro de la cancha (podríamos hablar de un tercero, el equipo arbitral) y otros dos fuera de ella. Hoy hablaré de los dos que están fuera de la cancha pero cuyo comportamiento repercute y se siente en la cancha. Son el sonido ambiente, los murmullos que comentan el desenlace de cada jugada, las exclamaciones que publicitan los fallos que pueden hacer cambiar el rumbo del partido. Algunas veces son la voz de la ignorancia y de la desinformación. Algunas veces incluso, encontramos a padres y madres con exceso de auto-estima, alias seleccionadores nacionales, que podrían darte un clínic por creer que saben más que el entrenador y que se dedican a tapar sus indicaciones y a acaparar la atención de los jugadores (pero no se molestan en dedicarse a entrenar…y mejor así). Aficionados que no siempre asumen el papel de ESPECTADORES creyéndose ser protagonistas. Alguna vez hay que recordarles que los protagonistas son únicamente los jugadores.

En el baloncesto de formación lo ideal sería contar con gente que supiera apreciar al rival. Bien es cierto que la afición tendrá siempre tendencia a apoyar a su equipo, pero también es cierto que deben tener su propio criterio para ser capaces de juzgar alguna acción actitudinal de “alguno” de los suyos. En otras palabras, su apoyo no debe ser incondicional. Entre otros muchos motivos, porque la mayoría son padres y madres de jugadores y sus retoños no son los mejores ni son perfectos. Es un hecho que debe ser asumible (jueguen o no).

No obstante, apreciar y valorar al rival no es algo malo, sino todo lo contrario: dignifica la rivalidad y hace de ella algo maravilloso. ¿Cuántas veces se vive una rivalidad de esa forma tan sana? ¿Seremos capaces de hacer de ello algún día un hábito?

Personalmente, como entrenador, siempre alabo las acciones de algún jugador rival cuando se hace destacar o de un equipo entero si acaba de realizar alguna jugada buena. Y los aficionados también lo pueden hacer y lo hacen. En pocos casos llegamos a aplaudir porque guardamos los aplausos para los nuestros. Hay muchas formas de mostrar el apoyo a un equipo. La más básica y principal, con aplausos y cánticos respetuosos y alegres. La “otra”, fastidiando o desconcentrando al equipo rival, ya sea con sonidos poco comunes, gestos indecentes y palabras malsonantes, o por lo menos, molestas. Desde el punto de vista de entrenador, me quedo con la primera y destierro la segunda. La destierro porque la desprecio. No creo que provocar el fallo ajeno pueda tener algo de mérito y mucho menos que pueda ser algo honorable.

El pasado fin de semana, asistiendo a un partido de juveniles, un aficionado tenía una bocina-trompeta (y muchas ganas de soplar). Se daba la casualidad que siempre sonaba en los tiros libres. Quería poner nerviosos a los jugadores, pero los jugadores ya lo estaban. Tan sólo acentuaba ese nerviosismo. Es un aficionado y puede hacerlo. Si eso le gusta y además le ayuda a descargar, de forma catártica, las tensiones que padece en su entorno laboral, me alegraré por él (un estresado menos) . No obstante, no le daré más importancia de la que se merece. Y mucho menos le atribuiré ser la principal causa del fallo de un tiro libre. Él no es el protagonista de la acción.

La cuestión es que al final del partido se comentó ese detalle con algunos padres y madres, y había división de opiniones. Algunos se decantaban por el lado  “si ellos lo hacen, nosotros también deberíamos”. Otros no se prestaban a entrar en el juego (alegando que sólo son niños), pero sí se prestaban a padecerlo. La cuestión es que “esos niños” ya no son tan niños. Son casi-adultos que están acabando el instituto y a punto de iniciar su vida de post-adolescente. Ya están capacitados, o por lo menos se están capacitando, para tener que soportar “esa presión extra” en los tiros libres. Como entrenadores, es nuestro deber tener en cuenta estas circunstancias, aceptarlas como parte del juego a la vez que sopesamos las medidas o las estrategias que tenemos a nuestra disposición para entrenar (y enfrentar) el estrés ambiental.

Finalmente, me gustaría plantear una cuestión. ¿A partir de qué edad se debe empezar a capacitar a un jugador en el lanzamiento de tiros libres con una carga extra que luego se traduce por la presencia de una afición que alienta al fallo? La respuesta es sencilla, depende de la categoría que llevas y del nivel al que juegues. Conforme la categoría sea mayor en edad y nivel, mayor será esa presión ambiental. Ya de por sí tiene una gran carga de componente psicológico y añadírsela puede llegar a ser cruel en ciertas edades (no me quiero imaginar que haya gente que pueda “fastidiar” en un tiro libre a un benjamín o a un alevín). En todo caso, me quedo con lo comentado anteriormente. Tiene más mérito y sentido apoyar y animar, que fastidiar y desconcentrar. Y lo más difícil, no es animar cuando se gana de paliza. Sino animar aunque se pierda y no perder la ilusión ni la esperanza, ni sobre todo, la compostura.

Fecha 03/04/2014 @ 11:00 pm